Reconstrucción histórica

Se dice que Dios enseño primero los secretos de la existencia a los arcángeles superiores, que formaban un consejo interno en la Corte de Todopoderoso. Esta versión cristiana de la Enseñaza indica que el Creador dicta las leyes que gobernaran la Creación. Estas se basan, según la Cábala, en los diez Sefirot, Atributos Divinos o Manifestaciones del Absoluto, cuya existencia, fue dispuesta con el fin de que Dios pudiese contemplar a Dios. (Biblia de Holkham, Inglaterra, siglo XIV.)

                                           

Según la tradición, Melchizedek el Rey de los Justos y de Salem, y sacerdote del Altísimo, inicio a Abrahán en el conocimiento de las enseñanzas esotéricas en lo que concierne al hombre, al universo y a Dios.

La invención del Tarot, es inseparable de la historia de los juegos de cartas. Bien porque las variantes de naipes en uso descienden de su versión más completa, bien porque los arcanos se hayan agregado en algún momento a la inocencia de la baraja para

disimular su filiación esotérica. Para Roger Caillois, nuestra baraja desciende del naipe islámico y del chino (las carticellas educativas italianas, habrían tomado de éste último «el simbolismo racional y cívico»), los que a su vez serían herederos del

Dasavatara indio, aunque no hayan adquirido formalmente nada «de la lujuriosa mitología de la India». El Dasavatara, que suele encontrarse aún en la India contemporánea, se compone de diez series o palos de doce cartas cada uno, correspondientes a las diez encarnaciones o avâtaras de Vishnu, e ilustradas con sus símbolos. La iconografía de estas 120 cartas, suele variar según los centros de fabricación. Cada serie -siguiendo la descripción de Caillois- comprende dos figuras (el rey y el visir) y diez cartas de puntos, numeradas del uno al diez. En las cinco primeras series, el orden de las cartas numeradas es ascendente, de uno a diez, siendo el uno la más baja, en las cinco últimas el orden es inverso, correspondiendo al uno o as el mayor valor. Las series son emblemáticas como las de nuestra baraja, aunque su mayor número y la variedad iconográfica apuntada dificultan el paralelo.

Entre las más usadas podrían anotarse, sin embargo, los peces, tortugas, conchas, discos (equivalentes a los oros), lotos, cálices, vasijas (copas), hachas, arcos (bastos y espadas). «Algunos juegos -concluye Caillois- representan escenas donde intervienen de

uno a diez personajes, según el valor de la carta: un fumador solitario, dos hombres en trance de discutir, una dama y su sirvienta visitando a un santón (...), una muchacha bailando delante del rey y tres cortesanos, etc.»

Para el británico Roger Tilley (Cartes a jouer et tarots), hay un curioso paralelo entre la representación del dios híbrido Ardhanari (cuya mitad izquierda es Shiva, y la derecha la Shakti Devi) y las series de la baraja: la mitad Shiva sostiene una copa, y la mujer

una espada. Podría agregarse que el anillo de Devi alude al oro, y el eje vertical del andrógino al carácter de cetro que se atribuye al basto. El ejemplo es un tanto excesivo, pero sirve para destacar la esencia referencial de toda simbología: integrado a sistemas

de creciente complejidad, el símbolo no sólo no pierde su fuerza evocadora, sino que la acrecienta. Puestos a descubrir paralelismos de este tipo, es probable que el desmonte de un sólo sistema se convirtiese en una tarea inagotable.

Más estrictamente, se intentará aquí una cronología probable de los juegos de cartas -en alguno de cuyos puntos debe encontrarse el ubícuo nacimiento del Tarot- los datos más comprobables o citados con mayor frecuencia por los especialistas.

1120 - Hacia esta fecha ubica Tilley la invención de las cartas, confeccionadas por encargo de Huei-Song, emperador de la China, para distraer los ocios de sus numerosas mujeres. El americano Stewart Culin, apoya también esta tesis. Ambos deben referirse al «texto desgraciadamente tardío y sin autoridad» que menciona Caillois en su descripción del juego denominado Mil veces diez mil. A pesar de su nombre, el juego -debido al ingenio de un oficial de la corte- no contaba con más de treinta tabletas de marfil, divididas en tres series de nueve naipes cada una, y tres triunfos fuera de serie (uno de ellos titulaba el mazo, y los dos restantes eran llamados La Flor Blanca y La Flor Roja). Algunas de estas cartas estaban relacionadas con el Cielo, otras con la Tierra, ciertas con el hombre, y el mayor número de ellas con nociones abstractas como la suerte o los deberes del ciudadano. Marcadas con diversas señales combinables entre las series, el total de estas marcas equivalía al número de las estrellas. «El juego era entonces un microcosmos -acierta Caillois- un alfabeto de emblemas capaz de cubrir el universo.»

1227 - Viajeros franceses informan que los niños italianos eran «instruidos en el conocimiento de las virtudes, con unas láminas que ellos denominan carticellas».

1240 - El Sínodo de Worcester prohíbe a los clérigos «el deshonesto juego del Rey y de la Reina», frase que puede referirse a las cartas, al ajedrez, o a alguna otra moda frívola acaso menos inocente. Por aquella época Ramón Llull (1235-1315) habría conocido

los veintidós arcanos, según afirma Oswald Wirth.

1299 - El Trattato del governo della familia di Pipozzo di Sandro, manuscrito sienes fechado en este año, menciona la existencia de los «naibis». Parece ser la más antigua referencia a las cartas en manuscritos occidentales.

1332 - Alfonso XI de Castilla, El Justiciero, recomienda a sus caballeros se abstengan de los juegos de cartas.

1310/1377 - Varias referencias a los naipes, en Alemania, propagadas por la soldadesca que acompañara a Enrique VII de Luxemburgo -efímero emperador germánico- durante sus campañas italianas. En 1329, el Obispo de Wurzburg firma un interdicto

condenando estos entretenimientos. El «juego de las páginas y figuras», es reprobado en los estatutos de varios monasterios italianos. El Abad de Saint Germain no menciona, sin embargo, las cartas, en las Instrucciones a los clérigos, de 1363, ni sé las

incluye en la prohibición de practicar «toda clase de juegos de dados o de mesa, como el ajedrez y las damas», en el decreto firmado en 1369 por Carlos V de Francia.

 

                                                   

1377 - El padre Johannes, un sacerdote alemán de cuya identidad sólo se conserva la firma, estampada a la cabecera de un vasto informe redactado en latín (colección del British Museum), asegura que «un cierto juego, llamado de los naipes, ha aparecido entre nosotros este año. Este juego describe a la perfección el estado actual del mundo. Pero ¿cuándo, por quién y en qué lugar ha sido ingeniado este juego? Esto es algo que ignoro totalmente...» Más adelante cita seis tipos diferentes de baraja, entre los que hay

una compuesta por 78 láminas. Acaso es el Tarot, aunque faltan todavía algunos años para la aparición de la copia más antigua que ha llegado hasta nosotros.

1379 - Una crónica de Viterbo hace mención a «il gioco delle carte che in saracino parlare si chiama nayb». Nayb, de donde derivarán «naibis» y naipes, es el singular del indostano nabab (virreyes, lugartenientes, gobernadores): esta etimología es una de

las pruebas que corrobora, para la mayoría de los especialistas, el origen oriental de las cartas, introducidas seguramente en Europa por los comerciantes italianos. En el mismo año, los duques Jeanne y Wenceslas adquieren un juego de cartas a la firma

Ange van der Noot, de Bruselas, según consta en una factura hallada en 1870 por Alexandre Pinchart, en los archivos del ducado de Brabante.

1381 - Una minuta del notario Laurent Aycardi, fechada en Marsella el 30 de agosto de este año, da cuenta de la existencia de un juego de naipes entre los bienes de la herencia dejada por uno de sus clientes. La referencia en el inventario, al lado de muebles,

joyas y otros bienes, puede dar idea del alto valor que tenían por entonces estas colecciones iluminadas, hechas a mano y en tirada singular.

1392 - «A Jacquemin Gringonneur, pintor, por tres juegos de cartas dorados y en diversos colores y divisas, hechos para el esparcimiento de nuestro infortunado rey Carlos VI» consta, de puño y letra del tesorero, en el Registro de las Cuentas Reales de

Carlos VI de Francia. De allí parte la hipótesis -falsa, pero muy popular en Francia, y repetida por casi todos los historiadores hasta el siglo pasado- de que las cartas se inventaron para distraer la locura del rey, quien por entonces pasaba una de las más

graves crisis de su enfermedad, no reconocía a sus familiares, y se encerraba a disputa interminables partidas con su favorita Odette de Champ Divers (Juan Bautista Weiss, Historia Universal;). Lo que sí cabe señalar de estos naipes, es que son los más

antiguos tarots que se conservan, y el artesano Gringonneur debe a ellos su perdurabilidad. Es evidente que no son originales, sino copia o refundido de otros juegos más antiguos, pero ofrecen por primera vez la totalidad de las 78 láminas, incluyendo los 22 arcanos fuera de serie y color, que debieron desconcertar los entusiasmos lúdicos del desdichado Carlos VI.

1393 - El moralista y educador italiano G. B. Morelli, recomienda las láminas de los naibis como «instructivas y provechosas» para la educación de los niños. Parece lógico concluir que eran aún piezas singulares, aplicadas más a la representación de repertorios

enciclopédicos que al juego. La difusión del grabado en madera, la creación de las corporaciones italianas de «pintores de cartas», y la liberalidad de la corte francesa de Carlos VI, popularizarán esta última función en las primeras décadas del siglo siguiente.

1398 - Primeras referencias de la llegada de los gitanos al cuadrilátero de Bohemia; se extenderían por Suiza e Italia en veinte años más, para llegar a España circa 1427. Gérard van Rijneberk ha demostrado que no fueron los introductores de las cartas en

Europa, ni los inventores del Tarot, como se creyó durante mucho tiempo. No es seguro, en cambio, que no hayan sido los primeros en descubrir sus posibilidades cartománticas.

1415 ó 1430 - En una de estas dos fechas Filippo María Visconti, duque de Milán, paga 1.500 piezas de oro por un solo juego de naipes «iluminados a mano». Es el más antiguo Tarot italiano que ha llegado hasta nosotros.

1419 - Muerte de Francesco Fibbia, admitido como inventor de las cartas de juego. Los reformadores de la ciudad de Bologna le reconocieron, como creador del tarocchino, el derecho a estampar su escudo de armas sobre la reina de bastos, y el de su mujer,

una Bentivoglio, sobre la reina de oros.

1423 - San Bernardino de Siena lanza, en Bologna, un furibundo ataque contra los juegos de naipes y de dados. Por esta fecha, poco más o menos, ha culminado la actividad de «les imagiers du moyen age» quienes, al decir de Wirth, son los creadores

formales del Tarot. Veinte años después, los pintores italianos se quejan de la difusión extraordinaria de estos toscos grabados, que acabará por extinguir el floreciente negocio de las barajas iluminadas.

1545 - Un tratado anónimo -citado por Caillois- propone esta explicación para el simbolismo de las series: «Las espadas recuerdan la muerte de aquellos que se desesperan con el juego; los bastones indican el castigo que merecen los que trampean; los oros muestran el alimento del juego; las copas, en fin, el brebaje por el que se apaciguan las disputas de los jugadores.»

1546 - Guillaume Postel (1510-1581; realizó dos extensos viajes por Oriente que, en opinión de Wirth, «le aportaron una suerte de ciencia universal») publica Clavis absonditorum, en donde establece la relación entre TARO, ROTA o ATOR con las cuatro letras del Tetragrammaton, o Nombre de Dios. Es acaso la más antigua referencia al simbolismo elíptico del Tarot, y sin duda el primer intento de una explicación esotérica de su nombre.

1590/1600Aboul Fazl Allami describe un juego de 144 cartas, en doce series de doce. Abkar lo reduce a 96 cartas; es decir, a 8 series. El italiano Garzoni escribe una minuciosa descripción del Tarot, que responde enteramente a la de nuestro actual Tarot de Marsella. Caillois interpreta que por entonces se había llegado a la madurez de «un lenguaje jeroglífico universal», con símbolos paganos y cristianos, eruditos o populares, donde «lo esencial era obtener una totalidad que contuviera al universo».

1622 - Pierre de l'Ancre publica L'incredulité et mescréance du sortilege plainement convaincue..., en donde hace esta pueril referencia a la cartomancia: «es una forma de adivinación de ciertas personas que toman las imágenes y las ponen en presencia

de determinados demonios o espíritus que ellos han convocado, a fin de que estas imágenes les instruyan sobre las cosas que ellos desean saber». Las carticellas educativas se habían metamorfoseado en naipes de juego, y éstos devenían el más flamante y popular de los métodos adivinatorios.

 

Para Luc Benoist, hay un movimiento intermedio -durante el XVIII francés- que liga al romanticismo alemán con los platónicos del Renacimiento (Marsilio Ficino, Pico de la Mirándola, Giordano Bruno, Campanella) asegurando la continuidad del pensamiento

esotérico en la Europa occidental. Movimiento de transición, y con frecuencia «más místico que iniciático», naufragará posteriormente en la gran confusión masónica y rosacruz. Uno de sus representantes, Claude de Saint-Martin, será, sin embargo,

el único que por aquella época coincida con el inspirado Curt de Gébelin, intuyendo en el Tarot algo más que un inocente pasatiempo. Si bien Saint-Martin está lejos de divulgar las fantasías egipcias de sus predecesores, parece cierta su influencia en la

formación de los ocultistas del XIX, principalmente en Christian y Éliphas Lévi. A partir de este último habrá que distinguir dos líneas entre los historiadores del Tarot: una conducirá al charlatanismo desembozado de Gérard Encausse, quien bajo el seudónimo de doctor Papus dedicará al tema dos libros de vasta difusión (Tarot des Bohémiens y Le Tarot divinatoire), divulgados profusamente en los años previos a la Primera Guerra Mundial; la otra, pasando por el magisterio de Joséphin Péladan (quien creó el primer método simbólico de lectura) y Stanislas de Guaita, llegará a Oswald Wirth. El Wirth de la madurez, sobre todo, no parece merecer la crítica con que Aimé Patri («Un monde intelligible d'images », Critique, n.° 84, mayo de 1954) lo descalifica:

«EI Tarot de Oswald Wirth -dice Patri- con sus figuras tan graciosas, o el de Papus, con sus imágenes particularmente horribles, constituyen innovaciones debidas a la fantasía personal de sus autores, puestos en la necesidad de justificar sus interpretaciones.»

Si la obra de Wirth se resiente frecuentemente de excesos imaginativos, no es menos cierto que se trata del libro más serio y documentado que haya sido escrito por un ocultista, y que sigue siendo el indispensable punto de partida para toda investigación o

comentario sobre el Tarot. Más completas o más rigurosas, deben mucho a Wirth obras como las de Paul Marteau o Gérard van Rijneberk, en la década de los cuarenta, y la aguda recapitulación de materiales sobre el tema, realizada por Gwen Le Scouézec

en 1965.

                         

El tarot de Marsella.

Fautrier, un ilustrador marsellés de mediados del XVIII, diseñó lo que se podría considerar como la última edición del Tarot, modificada sólo en pequeños detalles -sospechosos de fantásticos en buena medida- por Stanislas de Guaita y Oswald Wirth. Pero es indudable que no es Fautrier el creador de esta vasta simbología, sino una suerte de codificador de lo que cuatrocientos años de artesanía colectiva pusieron entre sus manos.

Casi dos siglos antes del trabajo del marsellés, Garzoni conoció un Tarot poco menos que idéntico (las series eran denominadas monetae, xyphi, gladii y caducei, y al valet o sota se lo describía como El Viajero); al tarocchino, de Francesco Fibbia, sólo le faltan

16 cartas de menor importancia (del dos al cinco de cada palo) para gozar de parecida similitud, y el llamado «tarot de Besançon» presenta apenas una diferencia de tipo mitológico: el reemplazo de los arcanos II y V (La Sacerdotisa y El Pontífice), por la s

figuras de Juno y Júpiter.

Existen variantes más significativas, como el Minchiate florentino, que a mediados del siglo XV ofrecía una colección de 95 naipes, de los cuales cuarenta eran arcanos; o el juego denominado Trappola, al que no puede considerarse propiamente un Tarot ya que,

al margen de faltas menores (no tiene reinas, ni los números del tres al seis), carece de arcanos.

El más famoso de los competidores del Tarot es, sin duda, el atribuido a Mantegna (según Le Scouézec, sin fundamento), llamado también Cartas de Baldini. Son cincuenta arcanos, divididos en cinco series de diez naipes cada una, y su tendencia enciclopédica lo relaciona más con el carácter pedagógico del naipe chino (Mil veces diez mil), que con la evolución de la baraja occidental. Así, la primera de las decenas marca la jerarquía de las clases sociales (mendigo, sirviente, artesano, comerciante, gentilhombre, caballero, duque, rey, emperador y Papa); la segunda representa a las nueve musas, complementadas por Apolo; la tercera alude a las ciencias, y la cuarta a las virtudes. La quinta serie, finalmente, incluye los siete planetas, la octava Esfera, el Primer Móvil, y la Primera Causa. Wirth -que conoció dos ejemplares de las Baldini, de 1470 y 1485- asevera que su autor, neófito en materias esotéricas, intentó ampliar y mejorar por su cuenta un modelo de Tarot que le parecía insuficiente e incomprensible, rellenando estas supuestas carencias con concesiones a la filosofía de la época. Parece probable, ya que se conoce al menos la existencia del modelo diseñado por Gringonneur, con toda seguridad anterior a las Baldini.

Queda por mencionar el tardío y arbitrario tarot conocido como Gran Etteilla, exhumado (o más probablemente, inventado) por el peluquero Alliette. No se le toma en cuenta en ninguna de las investigaciones serias sobre el simbolismo del Tarot, pero fue con mucho el más divulgado y popular entre los adivinos de los últimos dos siglos, y todavía se lo cita como paradigma del misterio en la baja literatura ocultista.

«Recomendamos este juego, como un excelente entrenamiento para imaginar justamente», concluye Roger Caillois en su prefacio a la más reciente edición de Le Tarot des imagiers du Moyen Age, de Oswald Wirth. «Somos capaces de leer un alfabeto, pero incapaces de leer una imagen: es el triunfo de la letra muerta sobre la imaginación», se queja Wirth en un capítulo de su obra. Y más adelante: «Lo propio del simbolismo es permanecer indefinidamente sugerente: cada uno verá lo que su mirada le permita percibir».

Imaginación, juego, aventura personal. El Tarot cuenta la historia de alguien que está tratando de escribir la historia de lo que no se sabe. Planteada como una obra maestra del pensamiento analógico, la lectura de esta historia es interminable: no sólo por su

carácter perpetuamente referencial, sino porque cada lector le convierte en otro libro cada vez que la mira.

Esta es acaso la razón fundamental para aproximarse en la actualidad a este libro que puede ser todos los libros. La gimnasia imaginativa que proporciona el Tarot, es personal e intransferible. Aún si se desprecian sus virtudes mánticas o su carácter

iniciático; aún si se lo toma sólo como una colección de estampas organizadas según un modelo caprichoso: el poder sugeridor de ese modelo es tan apasionante, que justifica la existencia de todos los discursos y las tesis variadas que su misterio ha producido.

Esas páginas pueden consultarse, pero no son más que el prólogo a la experiencia individual que proporcionará el trabajo con el Tarot. Como casi todas las obras maestras de la imaginación humana, el Tarot tiene la ventaja y el defecto de comentarse a sí

mismo.

CURSO DE CÁBALA Y TAROT

2ª PARTE
(AUTORA: Julia Tellearini., Cabalista . cesart@medialabs.es)
http://www.elespejo.com

El Tarot y la Iniciación

El Zohar afirma que «el mundo no subsiste sino por el secreto», y en esta aseveración puede encontrarse una de las claves de la metodología esotérica, un territorio de laberintos simétricos cuya entrada no se rinde más que a las alusiones. Esta concepción del conocimiento que desconfía de las exactitudes ha engendrado no sólo la gramática plural del simbolismo sino una sintaxis basada en períodos concéntricos, imposibles de ser saltados, e intransferibles como no sea por la experiencia personal. Esta sintaxis

esotérica, es el proceso iniciático.

Los esotéricos llaman concretamente trabajo a este proceso, que supone un entrenamiento metódico e interminable, ya que cumplida la iniciación propiamente dicha se abren ante el iniciado numerosas disciplinas o sistemas reflexivos, cuya sutileza ayudará a la madurez y ampliación constante de su pensamiento analógico -conocimiento opuesto por naturaleza a la operación análisis/ síntesis que caracteriza al pensamiento científico, - cuando no a la realización personal, y hasta al trabajo que esa

realización esté llamada a cumplir dentro de la economía universal . Este habría sido el sentido disciplinario de las operaciones cabalísticas y astrológicas, y parece encontrárselo resumido -según Levy, posteriormente, OIRT- en el alfabeto simbólico de los veintidós Arcanos Mayores del Tarot.

«La psicología actual -dice Juan-Eduardo Cirlot (Diccionario de Símbolos)- reconoce que las cartas del Tarot son, como lo han probado Éliphas Lévi, Marc Haven y Oswald Wirth, una imagen del camino de la iniciación y similares a los sueños. De otro lado,

Jung coincide con las seculares intuiciones del Tarot al reconocer dos batallas diversas, pero complementarias, en la vida del hombre: a) contra los demás (vía solar), por la situación y la profesión; b) contra sí mismo (vía lunar), en el proceso de

individuación. Estas dos vías corresponden a la reflexión y a la intuición, a la razón práctica y a la razón pura. El temperamento lunar crea primero, luego estudia y comprueba lo que ya sabía; el solar, estudia primero y luego produce. Corresponden estas vías también, hasta cierto punto, a los conceptos de introversión (lunar) y extraversión (solar); a contemplación y acción.».

Jung tambien prologa el I Ching de Richard Wilhelm en el Libro de las Mutaciones, donde se recoje este poema dedicado de Jorge Luis Borges “Para una versión del I King”:

El porvenir es tan irrevocable

Como el rígido ayer. No hay una cosa

Que no sea una letra silenciosa

De la eterna escritura indescifrable

Cuyo libro es el tiempo. Quien se aleja

De su casa ya ha vuelto. Nuestra vida

Es la senda futura y recorrida.

El rigor ha tejido la madeja

No te arredres. La ergástula es oscura,

La firme trama es de incesante hierro,

Pero en algún recodo de tu encierro

Puede haber una luz, una hendidura.

El camino es fatal como la flecha.

Pero en las grietas esta Dios, que acecha.

En general, puede decirse que la iniciación reconoce dos vías de acceso al conocimiento, que se definen habitualmente como Seca y Húmeda, y cuyas correspondencias principales serían:

Vía seca: Solar, Masculina. Racional. Conocimiento deductivo. Extraversión. Orden dórico.

Vía húmeda: Lunar, Femenina. Intuitiva. Conocimiento inductivo. Introversión. Orden jónico.

Se cae, sin embargo, en un error de interpretación, apenas se pretende jerarquizar una de estas vías en detrimento de la otra. Si el razonamiento tiende a hacerlo, es sólo por lo complejo que resulta superar el dualismo de orden moral que rige las convenciones

aceptadas (lo contrario de lo bueno debe ser forzosamente lo malo, de lo blanco lo negro; juicio que se extiende a toda dupla de opuestos). Para el pensamiento esotérico no existe bien ni mal desde el punto de vista de estos presupuestos éticos, sino una

dinámica permanente de oposiciones dialécticas, según la cual el día es una necesidad de la noche, así como la caída es una necesidad del ascenso, etc. De modo que si bien se puede intentar una definición de las dos vías expuestas, a través de la fórmula

     seca = activa

húmeda = pasiva

ninguno de estos dos últimos términos puede interpretarse peyorativamente, sino como complementarios de una totalidad que desborda las capacidades individuales.

Wirth sugiere una primera disposición de los Arcanos, para la representación gráfica de las vías, en la forma que sigue:

Dando a El Loco el valor convencional de Arcano 0.

De aquí se desprenden algunas evidentes oposiciones simbólicas (sobre todo en las relaciones 1-0; 7-16; 10-13 y 11-12), pero el juego de analogías se descubre mejor apenas se convierte a los Arcanos 6 y 17 (naipe central de cada una de las líneas) en una

suerte de eje del Tarot. Tomando en cuenta, además, la subdivisión que admite todo proceso iniciático (una fase de preparación y estudio, precede o continúa -según la vía- a una de aplicación y acción), se obtiene el siguiente diagrama de lectura reversible

en el que se observa que en la iniciación seca o activa, la teoría precede a la práctica; en tanto que se produce lo inverso en la iniciación húmeda o pasiva, en la que el sujeto realiza sus acciones antes de llegar a comprenderlas.

«Para alcanzar una actividad consciente (dórica) -dice Wirth- el sujeto necesita comenzar por adquirir los conocimientos que se encuentran en los arcanos 1, 2, 3, 4 y 5. Cuando la instrucción ha terminado, una prueba moral (representada por el arcano 6)

permite, si se la cumple con éxito, pasar a la realización práctica manifestada en los arcanos 7, 8, 9, 10 y 11. En el dominio de la pasividad, el abandono místico se traduce en obras figuradas por los arcanos 12 al 16; porque, a favor de las influencias exteriores

a las que alude el arcano 17, se determina una iluminación progresiva , cuyas fases se reflejan en los arcanos 18 al 0.»

Con independencia del crédito esotérico que quiera otorgárseles, la reflexión sobre estos esquemas es primordial para los fines prácticos de este estudio. Deliberadamente se elude aquí un mayor análisis simbólico, para permitir una primera familiaridad

espontánea con las imágenes hasta ahora mudas del Tarot.