Las sociedades secretas debían ante todo transmitir en su sim­bolismo el aspecto científico de la iniciación primitiva, en cam­bio las sectas religiosas debían dar preferencia al lado filosófico y metafísico de la enseñanza.

Todo sacerdote de un culto antiguo era un iniciado, es decir que sabía perfectamente que no existía más que una sola religión y que la diferencia de los cultos respondía a la necesidad de adap­tarla al temperamento de cada pueblo en particular.

De lo dicho se desprende una consecuencia importante, y es que el sacerdote de un dios, cualquiera que éste fuera, era honro­samente acogido en el templo de cualquier otro dios e invitado a ofrendarle sacrificio. Sin embargo, sería un lamentable error ver en esto una prueba de politeísmo. El gran sacerdote judío de Jerusalem recibió en el templo a un iniciado, Alejandro el Grande, y lo condujo al sagrado santuario para ofrecer un sacrificio.

Nuestras querellas religiosas por la supremacía de un culto de­terminado habría hecho reír a un sacerdote iniciado, de la anti­güedad, incapaz de concebir que hombres inteligentes puedan ig­norar la identidad de religión expresada por todos los cultos.

Semejante sectarismo, defendido por dos cultos ciegos para sus propios errores: los cristianos y los musulmanes, es la causa que motivó la pérdida total de la enseñanza secreta, que daba la clave de la unidad sintética.

Desde luego sería más fácil encontrar la síntesis en la Masone­ría que en nuestras religiones occidentales.

Tan sólo los Judíos poseen, si no el sentido, al menos la letra de su tradición oral o cábala. La Biblia escrita en el idioma judío constituye, desde este punto de vista, una verdadera maravilla. Con­tiene todas las tradiciones ocultas, pero el verdadero sentido de la Biblia no ha sido jamás revelado. Solamente los trabajos de Fabre D' Olivet han dado comienzo a esta tarea prodigiosa y la tra­ducción del Génesis ha sido al fin reconstituida por Saint Yves d'Alueydre en su "Teogonía de los Patriarcas". Los ignorantes des­cendientes de la inquisición, cuya sede está en Roma, han puesto en el índex estos estudios. El porvenir los juzgará.

No obstante cada culto tiene su tradición, su libro, su Biblia que enseña, a los que entienden, la unidad de ese culto con todos los demás.

El Sepher Bereschit de Moisés es la Biblia judía, el Apocalip­sis y el Evangelio Esotérico forman la Biblia cristiana, la Leyenda de Hiram es la Biblia masónica, la Odisea la del pretendido politeísmo griego, la Eneida la de Roma, en fin, los Vedas hindú y el Corán musulmano son demasiado conocidos para hablar de ellos.

Cuando se posee la clave, todas estas biblias revelan una misma doctrina.

Esta llave, que puede abrir el esoterismo, está perdida para los sectarios de nuestros cultos occidentales. Por lo tanto es inútil bus­carla entre ellos.