Al operar bajo la voluntad de Dios Moises superó las proezas mágicas de los sacerdotes egipcios. (Éxodo, 7.)

La cábala práctica o mágica siempre ha sido practicada aún en contra del pensamiento ortodoxo.

Existen muchos libros cabalísticos basados en el hecho de que la voluntad humana puede manipular y controlar los acontecimientos sobre los que fija su intención y conseguir bajo ciertas circunstancias, la materialización de un objeto deseado.

Dichas operaciones se llevan a cabo tradicionalmente mediante la invocación de nombres angélicos o divinos de forma ritual, con un objetivo claramente expresado.

Estas operaciones se realizan sólo en contadas ocasiones por una persona que está especialmente preparada para ello sobre un tema o cuestión en concreto debiendo antes solicitar ceremonialmente el consentimiento Divino.

Muchas operaciones cabalísticas prácticas son preventivas. Así un amuleto actúa como protección y prevención contra aquello que hemos solicitado. Siempre se han visto los amuletos como una defensa legítima contra los peligros invisibles.

Existe un sector de cabalístas que oponen una tradicional objeción a la magia práctica. Esta objeción se basa en que estas prácticas pueden alterar el equilibrio entre los diferentes mundos sacando las cosas de su propio orden.

Sin embargo, a pesar de las diferentes opiniones en torno a éste tema la magia cabalística ha sido y es practicada por los magos, con dos condiciones fundamentales que sea con fines buenos y positivos y que exista un espíritu de sumisión a la voluntad de Dios. 

En general, se sabe que la Cábala contiene una exposición de las reglas teóricas y practicas de la Ciencia Oculta, siendo bastante difícil llegar a conocer la relación que existe entre el texto sagrado ( Sefer, Yetzirah y el Zohar) y la tradición esotérica.

Según algunos autores aquí cabrían dos ramas, la Cábala teórica, compuesta por el Bereshit ( Sefer Yetzirah) y el Mercavah ( Zohar) y la practica, que trataría de grafitos y jeroglíficos, una transpolacion mística de las letras y números que se concretarían en el Tarot y los manuscritos mágicos atribuidos a Salomón, que se resumen en las Clavículas.

Al margen de estas disquisiciones, que siempre darán lugar a la polémica, sin duda, en la Cábala se encuentra un sistema muy complejo a cerca de cosas de orden moral y espiritual, que podrían asimilarse a una filosofía y para algunos a una religión.

Es la Cábala, así, una forma de dar explicación a las cosas terrenales, tanto desde el punto de vista filosófico, pues, define desde la creación del Universo, de manera literaria, ciertamente, pero no muy alejada de las teorías científicas más modernas y avanzadas ( agujeros negros, cuasar, fractales, etc.) hasta el problema existencial y transcendental del hombre en su vivir diario, y  es aquí donde podemos situar el Tarot, que no solo tiene una parte mágica, en cuanto que adivinatoria y en cuanto a las ceremonia mágicas sino una parte practica que desarrolla toda una teoría sobre el ser y el sentido del hombre sobre la tierra, en tanto en cuanto sus acciones están marcadas y dirigidas por grandes fuerzas impulsoras, como son los Arcanos Mayores y que se concretan mas particularmente en los Arcanos Menores. Así mismo, también nos enseña que siempre será el hombre haciendo uso de su libre albedrío como ser superior que es, gracias a su inteligencia y a su capacidad de ejercer la fuerza de su voluntad, el que al final marcara su propio destino, sino en su totalidad, si en gran parte de él.

Sobre el oficio de la adivinación.

Los labios de la sabiduría permanecen cerrados,

excepto para el oído capaz de comprender.”

El Kybalion.

Es dable suponer que el universo todo simula una interminable propuesta adivinatoria: las aguas y los valles, el rayo y las estrellas, los monumentos y los objetos cotidianos están a la espera de ser leídos por el hombre, aguardan la mirada que los integre a una

sintaxis que vuelva armónica y relacionada la soledad sustantiva, el fenómeno primordial. En esta presunción antropocéntrica descansan las tentativas límites del hombre como nombrador: la poesía, la magia, la adivinación.

Si por la primera identifica los nombres, suprime el caos y organiza el mundo, por la segunda establece los primeros pactos con las cosas descubiertas, investiga la afinidad y los rechazos, sorprende la simpatía entre las formas recién nacidas de su reino. El tercer

paso es consecuencia lógica de los dos anteriores: una tensión sobre el comportamiento de la realidad; el intento de establecer seguridades ante el futuro de la conquista, susceptible de ser aniquilada por lo que no ha ocurrido pero aguarda -en algún punto del

tiempo o del espacio- dispuesto a suceder.

Esta vocación prospectiva ha sido puesta con frecuencia en duda, y el mayor o menor crédito que se le otorga suele estar en relación directa con la dosis de suficiciencia y orgullo de cada período cultural. En todo caso, parece cierto que su relación con

necesidades profundas del hombre es una constante que -al menos hasta el presente- no ha perdido jamás actualidad, aún cuando sus formas variaran para acomodarse al lugar que le estaba reservado en el pensamiento de cada época y lugar.

«Por su universalidad, su perennidad y la variedad de sus instrumentos y de sus técnicas -dice Gilbert Durand, profesor de la facultad de Ciencias Humanas de Grenoble, - se puede afirmar que la adivinación constituye un capítulo clave de la antropología

cultural. Más práctica que la especulación religiosa y más teórica que la magia, la adivinación cubre un vasto término medio entre ambas disciplinas, en casi todas las culturas». Y más adelante, para celebrar lo que considera el actual renacimiento del interés por estas investigaciones: «En la psicología del siglo XX es la percepción que, reemplazando a la memoria, ha abierto la vía rehabilitatoria para la imaginación (...). El intuicionismo ha relegado al asociacionismo. El animal rationabile se ha trocado en

animal symbolicum, el homo sapiens se ha descubierto homo poeticus.»

Esto último es lo que parece importante destacar antes de abocarse a la clasificación de las disciplinas mánticas, y a los métodos con los que opera concretamente la cartomancia: la apariencia formal del adivino contemporáneo no puede aludir ya a la

majestuosidad religiosa de los augures y las pitonisas, ni a su caricatura (los nigromantes del XVII que todavía aparecen cada tanto en los periódicos entre culebras embalsamadas y bolas de cristal). Pero tampoco debe olvidarse que en su propio nombre el adivino lleva una alusión a la divinidad, o lo que es lo mismo: al plano de la conciencia donde el conocimiento reconoce su finitud, la precariedad de sus certezas.

 

¿Cuál es entonces el oficio de adivino?

El de un atleta de la imaginación. Un equilibrista de los límites entre lo conocido y lo conjetural. Un ejecutante que verbaliza intuiciones, y llega a la comunicación sólo por desgarros o fragmentos, porque su música no pertenece a las formas sino a la

virtualidad.

De ahí que los oráculos, las tablas, y hasta los instrumentos adivinatorios (horóscopos, naipes, varillas) no sean más que los intermediarios de un juego más vasto y más apasionante: el que pone en contacto la sensibilidad y la experiencia de un hombre con

la inacabable cosecha de lo imaginario.

Es desde este punto de vista, desde este rechazo del mecanicismo mántico, como debe interpretarse este estudio.